Bueno, hubo doble post esta
semana, algo inusual en mí. Pero necesitaba descargar esto que me pasa. Muchos
tal vez no lo saben, pero yo soy hipoacúsica. Mi problema no es de gravedad, es
decir, no es degenerativo y por ende no hay un alto riesgo a que se modifique.
Mi hipoacusia fue detectada de la
forma más extraña e inimaginable (ahora verán por qué se dice que es un tipo de
hipoacusia rara) justo cuando sólo contaba con nueve años: un sábado me metí a
bañar y ¡sorpresa! Se me metió agua dentro del oído izquierdo; convengamos que
no es una sensación para nada agradable, cuando eso pasa parece que te retumba
todo aquello que escuchas y oyes de forma cavernosa, en fin, estuve todo el fin
de semana con la méndiga gota adentro de mi oído sin que se fuera. Llegó el lunes
y yo tenía que rendir un examen, por lo que no podía faltar aunque hubiera sido
necesario para que me viera de urgencia el otorrino, pero yo siempre de
aplicada, decidí que tenía que rendir el examen y cometí la locura de ir a la
escuela, la cual no era tampoco tan normal, la institución tiene una capacidad
para 4000 alumnos, o sea, imagínense el ruido que hay todos los días cuando hay
recreo… añádanle a eso el efecto sonoro del eco de la caverna y tienen la
fórmula perfecta para un dolor de cabeza del tamaño de un elefante. Historia
corta, llamé a mi madre desde el celular casi en lágrimas, porque no soportaba
más, mi mamá (Dios la bendiga porque llegó a los cuetes por mí) me sacó de la
escuela y a las carreras atravesamos casi toda la ciudad de México para que me
atendiera el otorrino. Llegamos, el médico me revisa, no encuentra
aparentemente nada, pero no se queda cruzado de brazos y decide que me hagan
una audiometría de urgencia. Yo para esto estaba que no entendía mucho lo que
pasaba, aunque veía a mamá preocupada, me dedicaba a tratar de pasar el rato
con mi hermana aunque mucho no lo disfrutaba por el retumbe que tenía en el
oído.
Me hacen mi primera audiometría.
Creo que jamás me imaginé que ése sería un momento que marcaría mi vida para
siempre, capaz de haberlo sabido hubiera prestado más atención al lugar. Lo
único que recuerdo era que quedaba en uno de los décimos pisos del hospital en
donde me trataba mi otorrino, las paredes de la sala de espera eran blancas y
los sillones negros. Adentro en el consultorio,
las paredes eran de color amarillo canario. Recuerdo que me separaron de mis
papás (mi viejo también había llegado del trabajo después de unas horas, ya que
eran alrededor de las siete de la tarde), me hicieron entrar en una especie de
cabina colocándome unos auriculares muy desgastados, para esto yo pensé que me
iban a pasar música, vaya chasco me daría después, porque no era musiquita lo
que tendría que escuchar. La doctora, que debería de haber estado en sus
cuarenta, tenía el pelo castaño y corto hasta un poco más arriba de los
hombros, era algo brusca pero me explicó amablemente que a continuación iba a
escuchar ruidos desde los auriculares, cada vez que los escuchara tenía que
pulsar un botón. Nos dieron los resultados de inmediato y regresamos con mi
otorrino para el veredicto. Todos estaban en silencio, incluso la atrabancada
de mi hermana había dejado de jugar con sus cosas como intuyendo que algo
pasaba. El doctor valora mi audiometría y con el entrecejo fruncido suelta un
suspiro para luego anunciar que a partir de ese momento tendría una compañera
de vida con la cual luchar casi a diario. No había duda, era hipoacúsica.
Me realizaron pruebas para
determinar dónde estaba mi “herida” por así decirlo. Debo decir que no fue muy
agradable estar acostada casi dos horas con chupones en toda mi cabeza que
parecían pasar descargas eléctricas, haciéndome doler la cabeza (este estudio
se llama Potenciales Evocados). Ahí
se detectó que mi problema residía en el oído medio.
¿A qué viene toda esta explicación
loca, se preguntarán? Pues bien, hasta hace unos años atrás mi audiometría
siempre estuvo estable, lo que se modificó desde ese entonces fue el otro
estudio llamado logometría. Es el
estudio que determina cuánto puedo discriminar (entender) de las palabras que
se me dicen. Eso ha ido desmejorando, lo cual ahora de grande me preocupa.
Cuando era niña y recién me
enteré de que sería hipoacúsica de por vida, era como si no le diera la
importancia que tendría que haberle dado. Seguí con mi vida normal, cuando a lo
mejor tendría que haber hecho algún tipo de terapia, pero si lo pienso bien
creo que lo que me ayudó mucho fue haber pertenecido al coro de mi escuela y
más tarde de la Iglesia (había iniciado incluso antes de que se me detectara mi
hipoacusia, lo cual asombraba a la gente, pues cantaba con voz de soprano,
sacaba en el teclado que tenía en mi casa algunas de las canciones que
cantábamos por oído). Hoy de grande me preocupa un poco más porque es
desesperante, casi, el hecho de que tenga que andar preguntando el clásico “¿qué dijiste?”, es insoportable pedirlo
tantas veces cuando no casas una palabra de lo que te dicen. No me puedes
susurrar porque no voy a entenderte, de hecho en estas situaciones siempre
aplico la regla de los pingüinos de Madagascar (“sonrían y saluden, chicos; sonrían y saluden”), ojo que si tengo
gran confianza con la persona me alejo y le pido que me hable bajito o sin
sonido gesticulado, así le hago lectura labial.
Los aparatos auditivos que hoy
tengo no están cubriendo la potencia de lo que mi hipoacusia requeriría. Un
implante coclear no sería la opción más adecuada hasta ahora, porque yo nací
oyendo, con el implante tendría sonidos casi robóticos, lo cual sería molesto,
al menos para alguien como yo. Así es como tuvimos que buscar la mejor
solución, la tecnología ha avanzado muchísimo y por suerte existen un par de
aparatos que se ajustan a mi pérdida, pero lógicamente, las grandes cosas
vienen con precios altos, más en el mundo en el que vivimos actualmente donde
la economía está en cuerda floja.
¡Ay, mi querida hipoacusia! No
eres nada barata. Cada auxiliar que necesitas sale lo mismo que un auto.
Es por eso que, gracias a la
ayuda de mi mamá, comenzamos a buscar la forma de poder solucionar este tema,
ya que por lo de mi discriminación se urgía poder tener unos aparatos de esta
calibre. Lógicamente, el dinero no alcanza, pero luchamos en la obra social
para que eso pasara.
No lo voy a negar, tuve miedo.
Mucho miedo. A veces me levanto y me pregunto si algún día llegará el día en el
que oiga y no escuche, es decir, logre percibir los sonidos pero no entienda las
palabras. Me asusta pensar en eso. Mis médicos me han dicho que eso no es probable,
pero mi angustia no se va del todo, siempre esa semillita de duda estará en mi
mente. Pero gracias a Dios me tranquiliza saber que hay algo que me puede
ayudar.
Cuando me probé los aparatos que
les cuento, fue como escuchar de nuevo. Los que oyen normal, capaz intentan
imaginarse cómo es eso, la metáfora más cercana que les puedo dar es: mis
aparatos que hoy uso son como una televisión HD, esa televisión que entró en
furor en el 2009, que tenía una calidad sorprendente, pero que con el paso del
tiempo comenzó a tener una imagen casi similar a la de una analógica, los
aparatos nuevos son como las televisoras SMART 3D donde captas todo lo que una imagen te puede ofrecer.
Más o menos así sucede con mis auxiliares.
Hoy me dieron una gran noticia,
que por eso es el post de hoy. Para agradecer.
¡¡¡ME DIERON MIS APARATOS!!! La
obra social me los cubre, voy a poder escuchar mejor.
Por eso doy gracias. Gracias
Dios, por siempre estar conmigo, dándome señales por doquier. Gracias mamá por
tu lucha. Gracias Queque por tu apoyo constante y tus risas. Gracias Belle,
Lucy, abuelos, por bancarme tanto. Gracias a mis compañeros del trabajo, por
sus palabras de aliento cuando llegaba de uno o de otro lugar. Gracias en serio
a todos, los que en la distancia, también me acompañaron.
Mi hipoacusia será una compañera
de vida eterna. Mi querida enemiga/amiga, que me pone retos para superarme.
Creo que me he quedado ya sin más
palabras para decir. Simplemente lloro de alegría y emoción.
¡Hasta el próximo post!
¡Los quiero!